No me he librado aún de una de las dos promesas que hice un día de marzo 2012 y en medio de los compromisos de superación individual que varios anunciamos en un taller de cambio organizacional. De dónde se me ocurrió declarar que iba a correr y terminar una maratón de 42Km?. Una cosa es hacer varias carreras de 10Km y algunas de 21Km, pero 42?… En fin. Así comenzó esta locura que me ha llevado a experimentar sensaciones de toda índole inimaginables para mi esquema mental de ese momento, en donde, estar saludable y correr para permanecer en forma fue lo más atrevido que me había propuesto alguna vez.
El cuerpo humano no está preparado para este tipo de esfuerzo, no es algo que podamos decidir de la noche a la mañana armados de entusiasmo hasta la pared de enfrente. Las energías disponibles en estado de esfuerzo extremo duran en promedio solo tres horas y a no ser que hayas nacido en Kenya, en alguna ciudad a 5,000 mts. de altura o cualquier país desértico, un amateur podrá resolver esto –con suerte- en por lo menos cuatro horas. Entonces, qué era lo que tenía que hacer para en principio lograr superar las tres primeras horas de esfuerzo? y cómo lograr salvar el Km 30 y pico en donde aparece el famoso “muro” con el que “te estrellas”, si mentalmente no has preparado algo para ese momento?. La respuesta es simple: primero que nada, entrenamiento, segundo: entrenamiento y tercero: más entrenamiento; es decir, cientos de horas acostumbrando a tu cuerpo a resistir altos niveles de estrés muscular, cansancio físico y desgaste mental, y que llegado el momento te permitirán terminar con hidalguía y estoicismo dicho propósito.
Bueno. Llegado el día de la carrera (BsAs Argentina), nada de lo que planee en esa oportunidad sucedió como lo había previsto. A pesar de haber seguido concienzudamente el plan que me propuse, con los más de seis meses de entrenamiento, dedicación apostólica, 60 Km a la semana, vitaminas a discreción, técnicas de entrenamiento, GPS a la muñeca, cuestas, cuestas y más cuestas, y mucho apoyo familiar, fue suficiente para acercarme a lo que había estimado hacer (4h y 30m). Algo sucedió ese día que no me permitió cumplir con lo planeado. No tengo la respuesta, no sé qué sucedió, sería interminable describir cada tramo de la carrera. Solo puedo asegurar que fue una de las experiencias más maravillosas que he pasado en mi vida. Despacharse 42 kilómetros en cinco horas fue algo que jamás olvidaré. Se mezclaron esa mañana todos los sentimientos que un ser humano es capaz de experimentar al mismo tiempo: emoción, euforia, esperanza, fe, frustración, coraje, dolor, ira, miedo, soledad, temor, duda y por supuesto llanto (en ese orden). Llegar a la meta en tu primera maratón, luego de semejante insania, es algo que no borraré de mis pupilas hasta el día que deje de existir. Abrazar a la persona que más quieres al final, es el mejor regalo que puedes recibir en tu vida. Lloré desconsoladamente como un niño.
Hasta ahora no sé cómo pude embarcarme en este tema. Aún tengo mi segunda promesa que cumplir, ya quizás en otro contexto, con bastante menos esfuerzo físico, es un objetivo algo más sublime diría yo. Pero de lo que sí estoy seguro es que cuando uno se propone algo que realmente quiere hacer, no hay nada ni nadie que te pueda detener. Solo depende de ti, de tu determinación y de lo que quieres lograr al final del camino. Correr una maratón es una de las experiencias más increíbles de la vida, es algo que te marca para siempre, es algo que recomiendo sobremanera. Vale la pena el sacrificio, sin lugar a dudas.
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